domingo, 2 de marzo de 2014

El olor de la nieve

Hemos ido a la nieve.

Con varias artimañas que no detallaré hemos conseguido practicar un deporte de ricos siendo pobres!

Como somos pobres pero gozamos de una libertad que para mi la quisiera de no tenerla hemos importado de Francia esta sana costumbre de hacer una Semana Blanca. Así, a la brava!

Aprovechando que las niñas son pequeñas y la ausencia de máquina fichadora de nada, que mis suegros alquilan chalet en el Pirineo francés durante una semana con unos amigos desde tiempos inmemoriales y que sobraba una habitación, para allá nos hemos ido.

Dado lo obscenamente caro que resulta este deporte, contábamos con hacer trineos, raquetas, esqui de fondo, muñecos de nieve etc, todas ellas muy nobles y bellas actividades, pero finalmente nos ha sonreido la fortuna y también
hemos podido iniciar a las niñas (especialmente a la mayor, con 5) en esto del esquí alpino, y disfrutar nosotros también.

Como todo últimamente hacía muuuuucho que no esquiaba. Esquié mucho de niña, de adolescente y algo de joven, menos porque entonces me lo tenía que pagar yo y no andaba boyante que digamos.. como ahora vamos!

Así que la mayor parte de vivencias con el esquí las he tenido de niña. Y al ver a mi hija enfrentándose alborozada con sus primeros telearrastres, sus primeras telesillas y sus primeras bajadas me venían recuerdos en forma de sensaciones a oleadas, tan frescas como la nieve que pisaba, como si no hubieran pasado 30 años!

Y me di cuenta de que los deportes en los que te ves solo ante las circunstáncias, casi siempre gratificantes, pero también a menudo adversas, realmente curten mucho y te refuerzan el carácter.

Recuerdo con el mismo soplo al corazón que entonces cómo habían telearrastres que tiraban tanto que aún con todas tus fuerzas y tus 30 kg no lograbas mantenerte en contacto con el suelo y salias volando luchando por no perder el control. Y lo orgullosa que te sentías cuando conseguías volver a pisar nieve indemne, y contarlo al llegar arriba!

Recuerdo cuando no lo conseguías y te caías del arrastre, rodeada de altos abetos oscuros y silenciosos, con nieve virgen alrededor y sin saber muy bien que hacer, si esperar a que alguien bajara a por tí o lanzarte a la brava en busca de la pista perdida.

Recuerdo tremendas ventiscas con la nieve como agujas perforando la cara, los pies helados y las manos paralizadas del frio, el cuerpo encogido, las manos cubriendo el rostro, meciéndote en el silencio silbante de la ventisca en una silla inoportunamente parada por largos minutos en tan hostiles condiciones.

Recuerdo pistas heladas en los que no había cantos qu
e se clavasen, empinadas como acantilados, minadas de "bumps" y piernas agotadas que ya no respondían orden alguna.

Recuerdo monitores hablandome en francés, sin entenderlos ni jota y asintiendo a la vez con la cabeza, que si que si, cuando era que no que no, no me entero de nada y todos los del cursillo se van a reir de mi.

Todo esto que lo sufrí lo recuerdo en bueno, como recuerdan, los que la hicieron, las batallitas de la mili.




Supongo que lo recuerdo en positivo porque viene reforzado por cientos de flashes que me hacen esbozar un amago de sonrisa involuntariamente.....

Una naranja que sabe a gloria comida al sol de cualquier piedra en la Molina con amigas, ya en 8º yendo solas a esquiar un domingo con la UEC después de unas estupendas bajadas y muchas risas...


 


La adrenalina supurando por los poros en las últimas bajadas a toda castaña cerrando pistas como si fuera el útlimo día de esquí de nuestras vidas tras un día sin parar de esquiar con los chicos del CEC.

Los primeros saltos un poco dignos que te ponían el estómago en la boca, los primeros chuss a velocidades ya peligrosas, el placer de una bajada hecha a la perfección con una nieve perfecta, un sol perfecto y unas piernas perfectamente flexionadas en un
estado de forma perfecto...

Las tremendas óstias que me he ido pegando, o se han pegado a mi alrededor, la pata rota de mi primo, la triple voltereta que dí en un chuss mal calculado, el cabezazo de mi hermana contra el hierro de una silla al bajar y la espectacular bajada acompañándola en la camilla llevada por los camilleros, o mi propia bajada en camilla, que no recuerdo porque perdí el conocimiento de un golpe que nunca llegué a retener porque se me borró casi una hora de memoria de antes del tortazo, commoción cerebral, dijeron (y rotura de gafas), y así me quedé! :-(

El olor del cuerpo después de esquiar, el olor de la nieve, una mezcla de sudor fresco con frío y crema solar, de naranja, con la cara ardiendo, el pelo despeinado con la forma de gorro de lana o de cinta de gafas de ventisca.

El placer de los pies quitándose las botas de esquiar (malditas sean)...

El cansancio infinito en todo el cuerpo, que queda derrengado y dispuesto a un sueño reparador donde sea, en los incómodos asientos del autocar de vuelta, en el coche, o en la cama tras un baño caliente caliente caliente para sacarse de encima el frío pasado.

Así, desgranando recuerdos y reviviendo los primeros pasos en la mirada vibrante de mi hija me doy cuenta de lo mucho que me ha dado el esquí, y quien dice el esquí dice la montaña, o dice cualquier deporte, pero especialmente si son al aire libre, y en plena naturaleza.

Ojalá les gusten tanto como a mi, y les aporten tanto como me han aportado. No sé si les hará mejores personas, pero desde luego más vividas y más felices!


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